En su mente volverá a empezar de ahí, de esa carrera salvaje bajo la curva Sur y de ese grito atascado en la garganta cuando Rosario Abisso, el colegiado del Roma-Genoa, anuló el gol de la posible victoria.
El sábado, Nicolò Zaniolo volverá al escenario del crimen, el Estadio Olímpico, que desde hace unos años también es su casa, pero quién sabe si lo será también en el futuro. Allí el 5 de febrero recibió la segunda tarjeta roja de la temporada, allí intentará dar una mano a la Roma de Mourinho para que levante cabeza y vuelva a esa victoria que sirve como el pan para no perder más terreno con los equipos que preceden a los Giallorossi escribe Andrea Pugliese en La Gazzetta dello Sport.
Zaniolo sigue jugando un doble partido, uno dentro del campo y otro fuera. Sobre el césped, por supuesto, está bajo la dirección de Mourinho, que casi siempre lo utilizo junto a Abraham, en una dupla que puede convertirse en aquella sobre la que la Roma pretende construir el ataque del futuro. Afuera, sin embargo, siempre suena el tema de la renovación de contrato, que por algunos motivos también le inquieta.
De hecho, Zaniolo tiene en mente una renovación que lleva prometida desde hace tiempo, ya que aún existía la antigua dirección y antes de la doble lesión. La Roma, sin embargo, ha congelado todos los posibles nuevos acuerdos, no solo el de Nicolò. Todos aplazados al final de la temporada, con los Friedkins tomando esta decisión «política» también para evitar las distracciones de un cuadrado al que no le gustaría ver renovaciones hoy dentro de un entorno que decepciona enormemente las expectativas iniciales.
