De Roma y Nápoles, Mourinho y Spalletti. Y de su descanso obligado. Estos son algunos de los temas que abordo Walter Sabatini en la entrevista concedida al periódico Corriere dello Sport.
La imagen de Walter Sabatini hundido en un sillón viendo fútbol en la tele es molesta, incluso irritante.
Piensa por mi. Sabía cómo me convertían. Estoy realmente cabreado, porque quedarse fuera no se siente bien. No me encuentro en el papel de espectador, no soy capaz de ello.
Spalletti es tu hermano menor.
Y puedo contarle todo. Mientras disfruto de Napoli, me quedo en un silencio religioso. Fíjate: se expresan como si estuvieran en estado de hipnosis, inducidos por su entrenador que multiplica por diez su rendimiento. Mario Rui, a quien llevé a Roma y lamentablemente se lesionó de inmediato, se ha convertido en un referente de ferocidad, determinación, elegancia en el centro y personalidad. Todo esto, todo este espectáculo que se nos da, ha generado ese loco que está en el banquillo.
¿Podemos decir, usando una paradoja, un «subestimado»?
Deber. Porque Luciano nació bueno, muy bueno por cierto. Su conocimiento didáctico es impresionante. Poco, casi nada, puede añadir: el Napoli tiene la precisión del primer reloj inventado en Suiza. Cada jugada es un movimiento, con y sin balón, dinámica moderna desde hace treinta años, desde que está en el banquillo. Cambió a la Roma, llevó al Inter donde ellos querían, en la Champions.
Él y Mourinho, el domingo.
Aquí hay otro que hace que su club dependa de sí mismo. Porque no sé qué sería de la Roma sin Mou. Tiene un fútbol diferente, llamémosle frío, cínico, todos esos adjetivos que me dan un poco de asco porque no saben a nada, pero es cuarto y por eso de Scudetto: el que llega a su equipo, se lo juega hasta el final. Y echa de menos a Dybala y Wijnaldum, que recuperará. Tiene al vegano, Smalling, que es indispensable, va a cortar las líneas, a atacar al probable matador, a despedazar a los contrarios y luego, si puede, hasta anota. También está el signo de Mou en esto.