La noche fría y silenciosa noche de lunes del Roma-Spezia, con tanto silencio y el corazón de la gente alborotado por la enfermedad del joven Tommasi, da a los Giallorossi la certeza de tener un portero de confianza. Y no gracias a milagros o intervenciones prodigiosas, salvadoras de resultados, que también se han producido en estas primeras 17 jornadas, sino a lo mejor que puede hacer un defensor extremo cuando se sumerge en esa «prisión de barrotes blancos, mentirosa y friable» como Jorge Valdano los llamó: paran en el momento adecuado, prepárense cuando sea necesario. Quiero decir, ponle un parche.
Rui Patricio ha cumplido hasta ahora la tarea con dedicación y calidad, convirtiéndose en protagonista de un solo error macroscópico: el gol del 0-1 sufrido en Roma-Inter, directamente desde el córner de Calhanoglu, con el balón bajo las piernas. O quizás la mala ubicación de la barrera en el gol de Ibrahimovic en el partido ante el Milan.
Rui vio el partido del lunes por la noche como un espectador que no paga durante la mayor parte de los 90 minutos. Pero en dos circunstancias se ensució los guantes: en un disparo a quemarropa de Reca en la primera parte y en un disparo de Manaj al inicio de la segunda parte. Ha mantenido la puerta cerrada por séptima vez en esta Serie A (10 contando también los partidos de la Conference League), cifra que le sitúa al mismo nivel que Handanovic y un escalón por debajo de Opsina escribe Giorgio Marotta en el Corriere dello Sport.