Chris Smalling, en las últimas semanas, está sintiendo con fuerza la confianza del club pero, sobre todo, la de sus compañeros. Quien no quiere perder a su líder defensivo. El inglés aún no ha tomado una decisión, después de Japón se despidió de todos, se desconectó de las redes sociales, como su mujer, y se fue de vacaciones a la playa. Sus agentes están lidiando con el tema del contrato aunque Smalling, a sus 33 años, sabe perfectamente que la decisión final sobre su futuro será solo de él. Y a nadie más cuenta este martes Corriere dello Sport.
Mourinho, después de Mkhitaryan, tampoco quiere perderle. La Roma le ha ofrecido renovar hasta 2025 yendo, en cierto modo, incluso en contra de algunas políticas de la empresa, dado que los Friedkins quieren rejuvenecer la plantilla y no les gusta, eufemismo, hablar de contratos a mitad de temporada. Pero Smalling merece una excepción, con la esperanza de que el epílogo sea diferente al de Mkhitaryan.
Chris es un tipo inteligente y agradecido: sabe que la Roma lo fichó cuando jugaba poco en Manchester y se le daba por terminado, sabe que lo esperaron cuando parecía que sus músculos eran de cristal y le impedían jugar de forma continua y sabe lo mucho que tiene cada uno sido para él vecinos en algunos momentos personales delicados (el robo en casa y más allá). Por eso consideró y considera a los Giallorossi como primera opción para el final de su carrera.
Al mismo tiempo se muestra halagado por las ofertas, o mejor dicho, por los sondeos que se han hecho: ganar al menos tres millones netos por temporada durante otros dos años, más aguinaldos, no es poca cosa, como lo es la posibilidad de volver, quizás, para jugar la Champions League. Por eso reflexiona, con el máximo respeto, y con la conciencia de que todos en Trigoria quieren su firma. Los camaradas, en particular, no parecen dispuestos a perder otro senador.