En el Monte Fumaiolo nace el río Tíber. Como cualquier afluente, lo hace de forma abrupta y llamativa. Sin embargo, en su paso por Roma muestra su esplendoroso caudal de forma mansa y reposada. Algo así necesitaba el club dirigido por Dan y Ryan Friedkin. Tras el empate en el Grande Torino y la derrota en Marassi, las victorias ante Frosinone y Servette devuelve la calma a la parte giallorossa de la ciudad eterna.
Desde lo alto de la grada Monte Mario, José Mourinho pudo apreciar como sus pupilos se pusieron por delante en el marcador gracias a un tanto de Romelu Lukaku. El belga eleva el techo competitivo del equipo de forma superlativa. Consigue un rédito enorme pese al poco juego del equipo. Desatascar los partidos bien vale su peso en oro.
Sin Paulo Dybala, el acompañante del amberino fue Andrea Belotti. Nunca negocia esfuerzos, y en esta ocasión se mostró como el atacante más móvil, bajando a recibir cuando se precisaba, y estirando la defensa suiza cuando el destino del esférico era su compañero de ataque. Su doppietta no hace más que confirmar su buen arranque de curso.
La lentitud, inmovilismo, y zozobra del primer tiempo se transformó en vértigo durante los 12 minutos que Lorenzo Pellegrini se adueñó del partido. Su ocupación de espacios fue excelente. Gracias a ello, elevó el juego romanista varias velocidades. Dibujó líneas de pase dónde no existieron en el primer tiempo. Fijó a Tsunemoto en el carril central, y liberó a El Shaarawy en el costado izquierdo. Imprimirle velocidad a la circulación y saber cómo generar ventajas numéricas por fuera, pasa por reencontrar la mejor versión del capitano.
Fueron los minutos de Pellegrini en el campo los que dieron un vuelco al partido. La Roma pisó el acelerador, y el Servette se deshizo como un azucarillo en un cappuccino. El crecimiento paulatino de Leandro Paredes, que convirtió en delicatessen más de un desplazamiento en largo y de dos cambios de juego, y la sobriedad defensiva mostrada por Zeki Çelik y los tres centrales romanistas hicieron el resto. Los aficionados giallorossi se marcharon con una sonrisa a casa, y la más grande de ellas la mostró un joven de 19 años, Francesco D’Alessio.