La pregunta, aparentemente paradójica, esconde en realidad un fuerte regusto de racionalidad: pero ¿existe realmente Florent Ghisolfi, el nuevo director deportivo (y no sólo) de la Roma? La semana pasada el francés estuvo unos días en la capital, también pasó por Trigoria para encontrarse con Daniele De Rossi pero no hay rastros del romano Florent, aunque esperado por estos lares con inmensa curiosidad (y un atisbo de desconfianza injustificada). ¿Fotos, vídeos, fotomontajes, videomontajes? Nada. ¿Un almuerzo, una cena o un café a la sombra de la Cúpula? Nada en absoluto escribe Mimmo Ferretti en el Corriere della Sera.
Y en una ciudad charlatana, chismosa y ruidosa como Roma, donde al darte la vuelta te encuentras con alguien tomando una foto al azar para publicarla en su red social, todo esto parece singular. No negativo, por el amor de Dios. Singular sí, aunque. Quizás Ghisolfi no fue reconocido o nadie le noto. No sé. O, tal vez, fue bueno en el escabullirse y no ser visto. En perfecta armonía con el estilo Friedkin, siempre presente pero siempre ausente en los medios. ¿Otro Friedkin entonces? ¿Cómo no formular una hipótesis sobre ello? Y quién sabe, tal vez lo firmaron los norteamericanos (también) por su confidencialidad. Lo importante es estar, no aparecer: ese es su lema profesional.
Ahora Ghisolfi se «esconde» en Francia y aseguran que desde allí trabaja duro para la Roma. Al fin y al cabo, esto es lo único que importa; el resto son simples chismes capitalinos. Y, como sabemos, no le falta trabajo porque hay que reestructurar (¿reconstruir?) todo un equipo, incluido el parque de reserva. Ya habrá tiempo para quedar inmortalizados envueltos en Trastevere o en los alrededores de Via del Corso; Ahora el reservado y misterioso Florent sólo tiene que demostrar a Roma (y a la Roma) que es bueno comprando (y vendiendo) jugadores.