El gol que había ilusionado a la Roma fue un episodio un tanto aleatorio: Stephan El Shaarawy controló bien el balón de Pellegrini en carrera pero luego estuvo a punto de tropezar, sorprendiendo a Sommer y aprovechando el doble poste con un disparo muy extraño. Esto explica la celebración un tanto tímida en un momento que podría haber cambiado el campeonato de Daniele De Rossi. Y en consecuencia el suyo. Pero el espléndido partido, al menos hasta cierto punto, no fue en absoluto cuestión de suerte cuenta Roberto Maida en el Corriere dello Sport.
Podría haber sido el sábado perfecto, también gracias a la estela mágica que había propiciado el 2-1. El Shaarawy fue el movimiento táctico que había oscurecido la visión del Inter durante la mitad del partido: en lugar de jugar como extremo, jugó como carrilero, ayudando a proteger el flanco. Mientras la Roma tenía combustible en las piernas y claridad en la cabeza, Darmian por un lado y Dimarco por el otro estaban muy bien controlados por ese 3-5-2 reflejado que quizás Inzaghi no creía tan eficaz. Desgraciadamente para De Rossi, tras el descanso el equipo sufrió un declive atlético y mental.
Sigue siendo una buena noticia para la Roma haber encontrado un jugador importante, que desde el cambio de entrenador siempre ha jugado como titular y, a menudo, en el rol más cómodo de atacante externo. Con Mourinho no hubiera pasado. Además, El Shaarawy ha demostrado una cualidad poco común en sus acciones: saber impactar en los partidos incluso saliendo del banquillo.