Veinte toques de balón, desde el portero hasta el gol en el arco rival. En realidad son 18 los toques que pasaron por los pies de diez de once jugadores. La Roma es eso: un equipo que ha elegido lo que quiere ser, y tiene muy claro cómo hacerlo. Desde Rui Patricio a Mkhitaryan, pasando por todo el equipo -a excepción de Sergio Oliveira, el único que no jugó el balón en ese guión hacia la portería del Marassi- hasta la concepción de Pellegrini, el refinamiento de Zalewski y el gol del centrocampista ofensivo armenio.
Eso fue suficiente para ganarle a la Sampdoria de Giampaolo: 1-0, pero no lo llamen resultado corto, como haría Allegri. Porque este es el resultado “favorito” de José Mourinho, dado que con este marcador obtuvo ayer su victoria número 125 de su carrera. Una tipo de marca registrada, su huella en el proceso de construcción de la Roma, que con el mismo marcador había batido, todos seguidos, al Spezia, al Atalanta y al Vitesse entre febrero y marzo.
«Si hubiera otro entrenador, la gente hablaría de un fútbol fantástico, pero como soy yo, es difícil que lo digan», se quejo Mourinho. Pero la identidad no es solo la búsqueda del fútbol que es hermoso a la vista: la identidad es saber qué hacer para ganar el partido. La impresión es que, con el derby, la Roma ha entendido su camino y por fin empieza a tener el alma de su entrenador.
Como un alquimista, Mourinho encontró la fórmula mágica a fuerza de mezclar materias primas escribe Matteo Pinci en el diario La Reppublica. Lo encontró quitando el único ingrediente que parecía indispensable, el talento de Zaniolo, hasta el punto de entrarlo en rumbo de colisión. Y construyó una nueva solidez, que Roma ya no tuvo durante años. En los últimos siete partidos ha encajado apenas dos goles, y no sólo por deméritos ajenos.