Dicen que cada vez que los Friedkins cierran un trato con un dirigente, una de las primeras cosas que le presentan es el famoso «protocolo». Una serie de reglas que deben cumplirse estrictamente, incluyendo la de no tener contacto con los medios, bajo pena de despido. Más allá —escribe Andrea Pugliese en La Gazzetta dello Sport— de la obvia desventaja de no gestionar la comunicación (sino de tener que soportarla), poco cambia.
Porque los dirigentes de la Roma se adaptan, pero luego se van. Con la reciente salida del jefe del área técnica, Florent Ghisolfi, y del abogado Lorenzo Vitali (quien tenía la facultad de la firma al no haber un director general), el número de directivos que han dejado la Roma desde la llegada de los dos texanos, Dan y Ryan, ha ascendido a 17. Diecisiete cabezas voladas en cinco años, a una media de más de tres por temporada. Y eso sin contar a todos los demás directivos o ejecutivos de menor rango que se vieron obligados a hacer las maletas.
Desde ayer, Ghisolfi y Vitali, dos de los pocos directivos que restaban en el organigrama, ya no están en Trigoria. Ghisolfi paga por su poca personalidad, pero también por sus malas prácticas —a menudo y voluntariamente— en el mercado. Para Vitali, en cambio, su modus operandi fue fatal: esas relaciones tóxicas se extendieron por todas partes, desde la Lega hasta el gobierno local.