Abel Balbo fue el delantero centro titular de la Roma de Carlo Mazzone. La primera compra que Sor Magara le pidió a Franco Sensi. En el segundo año con Carletto en el banquillo, el delantero argentino anotó 22 goles, fue segundo goleador por detrás de Batistuta. Abel habló sobre el legendario entrenador con Corriere dello Sport;
Abel Balbo, ¿qué entrenador fue Mazzone?
“Uno grandisimo. Lo amaba, éramos dos con personalidades fuertes, pero siempre hubo el máximo respeto. Una persona extraordinaria, con un valor humano muy alto. Para los futbolistas era como un padre. Vine a Roma gracias a él”.
En la Roma vivió los tres años más importantes como entrenador.
“En mi opinión, fue subestimado. Era un tipo un tanto particular en la forma de ser, de vestir, de hablar. Dio una imagen distorsionada, pero estaba muy preparado tácticamente. Su primer año en la Roma fue de ajuste, pero en los dos siguientes intentó jugar un fútbol proactivo».
Que Roma tenía a Balbo y Fonseca.
“Lo tomó mal. Fue muy bueno en entender que Daniel y yo nos complementábamos a la perfección».
También fue un gran conductor.
“Preparaba muy bien los partidos desde el punto de vista táctico, técnico y motivacional. Todo el mundo recuerda cómo ganó aquel derbi por 3-0, después de que toda la semana dijeran que la Lazio era la gran favorita. Pegó periódicos con titulares sobre sus primos en las paredes del vestidor y le transfirió una gran carga. Esa fue una de las mayores satisfacciones que obtuvo, con el curso bajo la Curva Sud. Cuando perdía estaba intratable. Tras la inmerecida derrota en la Copa de la UEFA ante el Slavia Praga en el vestuario nos dijo: «¡Annamoje a mena!».
Son muchas las frases de Mazzone que han pasado a la historia.
“Sabía cómo conquistar a los jugadores con sus eslóganes: ‘defensor resbaladizo, defensor peligroso’. O: «bola arriba, ayúdanos Jesús». Una vez me llevó aparte: «Abel, estás un poco quisquilloso, prefiero no decírtelo delante de los demás, pero despierta».
Tuvo el mérito de lanzar a un tal Totti.
“Ese fue otro fútbol. En los noventa en Italia estaban los mejores del mundo, la Serie A era lo máximo. A los jóvenes les costaba encontrar un hueco”.
En la Roma sintió aún más los partidos, sobre todo los derbys.
“En esos años siempre jugábamos los domingos, él era una persona diferente ese día. El derbi entonces lo padecía, había crecido en Roma, era hincha, había cumplido su sueño de entrenar a su equipo favorito. Sólo después del partido se relajó. No tuvo suerte en Europa».
Un hombre gruñón pero que respetaba a sus jugadores.
“Cuando perdimos estaba furioso, si tenía que decirle algo a un jugador lo hacía directamente, pero con respeto. Nunca lo he visto discutir con uno de sus jugadores, todos lo querían, incluso los que iban al banquillo. Su calidad humana lo hizo único.”
