Puertas abiertas. Las palabras de Virginia Raggi, en la entrevista concedida ayer a la «Gazzetta» sobre el estadio propiedad de la Roma, no dejan lugar a dudas, según escribe Massimo Cecchini en La Gazzetta dello Sport.
El problema, sin embargo, además de las dificultades políticas que surgieron en mayoría, es que la zona de Tor di Valle y el proyecto ya no son interesantes como hace 8 años, cuando el expresidente Pallotta y el fabricante Parnasi firmaron el acuerdo que debería haber entregado al club el estadio en 2016. La familia Friedkin, que sustituyó al magnate de Boston, además de no apreciar mucho la zona elegida, se encuentra gestionando el club en el mundo post-Covid, en el que el «parque empresarial» también constaba de oficinas, en tiempos de «tele trabajo» esto parece obsoleto, además de caro, dado que los nuevos propietarios tendrían que gastar alrededor de 300 millones solo en costes de urbanización.
Por ello, desde hace meses la hipótesis de cambiar casi todo ha ido rebotando. No es ningún misterio que la vía preferida por los nuevos dueños de la Roma sería tener el estadio Flaminio en concesión por parte del Ayuntamiento durante 99 años. En ese momento, se haría una renovación específica (el estadio está sujeto a restricciones arquitectónicas) y tal vez el uso de algunas áreas circundantes propiedad del Estado, permitiría al club Giallorossi tener un estadio en el corazón de la ciudad, incluso y aunque hay problemas potenciales, sobre todo desde el punto de vista del orden público, que habrá que resolver. No es suficiente. Entre las hipótesis valoradas y tenidas en consideración, también hay un flashback a el área de Tor Vergata.