Siempre sale algo bueno de los momentos de crisis. La Roma es un signo de interrogación, es una obra incompleta e incomprensible, pero va descubriendo un futuro que le permite imaginarse bella. Los goles de Volpato y Bove, pero también el buen partido de Zalewski ante el Verona, son tres pistas que dan una prueba: hay un gran trabajo detrás de los resultados concretos, una organización invisible que mantiene viva la esperanza en el futuro escribe Roberto Maida en el Corriere dello Sport.
Mourinho, por ejemplo, tiene sus responsabilidades de mal juego y el octavo puesto de la clasificación. Pero también tiene la pasión y la humildad de ver los partidos de los juveniles para comprender su potencial. Él fue quien lanzó a Félix cuando pocos sabían que existía. Y siempre fue él, no solo por necesidad, quien usó a los tres chicos, dos nacidos en 2002 y uno en 2003, para armar la remontada ante los de Tudor.
Los méritos de Alberto De Rossi y Bruno Conti, dos gurús del fútbol juvenil, también son innegables en este proceso. Pero cabe destacar el papel de Morgan De Sanctis, que en el periodo de transición entre Pallotta y Friedkin reestructuró por completo el sector juvenil, ahora encomendado a Vincenzo Vergine.
Sin grandes recursos económicos, De Sanctis compró Félix por 300.000€ y Volpato por 90.000€, pidiendo y consiguiendo un tope salarial para todos los jugadores del Primavera.
El nacimiento de un producto eficiente parte también de aquí, de un código ético-económico. La Roma se ha dado cuenta de que los contratos de vieja generación han creado problemas a los propios jugadores: Riccardi y Bouah, por citar los ejemplos más llamativos, se han perdido en las expectativas que inevitablemente han creado sus salarios.